martes, 6 de marzo de 2012

Soy yo, luego escribo.

Decía Jean Coteau que la escritura es un acto de amor, si no lo es, no es más que escritura. Creo que es más bien un acto de amor propio. Si, si que lo es. Hacerlo es de alguna manera, confiar que tenemos algo interesante que decir en el océano de cosas ya dichas y escritas. Nos reafirmamos como seres humanos escribientes. Creo con fervor que eso que escribo, es un manifiesto de mi yo y de la realidad que me rodea, de mi más clara, nimia y a la vez inconmensurable normalidad. Soy yo, luego escribo.

Yo escribo, vivo y leo. En realidad no sé en qué orden, pero estas son prácticas normales de mi vida, casi tanto como comer chocolate, o ducharme. ¿Con qué rutina las hago? Pues, no lo sé, lo que me nazca en ese momento. Me gustaría ser de las lectoras ordenadas que acaban un libro y comienzan otro, apuntan ideas y hacen síntesis de lecturas o quizás, hasta hacen un diario de libros leídos para dejárselos a sus hijos. Me encantaría tener dos o tres horas al día para escribir como lo hace Gabo, y poder o al menos, pretender vivir de ello. Pero ni leo de forma ordenada, ni escribo como Gabo, ni llegaré a hacerlo nunca. Leo compulsiva mente hasta las instrucciones de las infusiones, comienzo una novela y la acabo después de un año, con unas veinte de por medio. Escribo en cualquier papel que encuentre, tengo un blog que actualizo cada un año, no tengo ni siquiera un cuarto para escribir, como sugería Virginia Wolf en su mítico ensayo. Escribo, si, escribo como degusto el chocolate, de a trozos y medio escondida. Doy pena, o mejor me doy pena, que es peor.

La escritura como la vida misma, no tiene horarios. Escribimos cuando estamos cocinando, cuando estamos llamando a la suegra para saber cómo va el resfriando, escribimos cuando nos acarician y acariciamos, cuando Gema, la del café nos pone un “tallat” y damos gracias a Dios, por Gema y por el café a las ocho de la mañana. Escribimos cuando nos vamos a dormir, porque los sueños son la materia prima más altamente útil que existe, escribimos cuando caminamos, cuando lloramos, cuando tenemos cosas pendientes o cuando las acabamos. Escribimos porque vivimos.

Mucho he leído sobre la escritura y sus distorsiones, pero cuando más leo, más me doy cuenta que esos desvarios teóricos filosóficos me alejan de la esencia de lo que es para mi escribir. No citaré ni a Derrida, ni a Foucault, ni a Bajtin, ni a Saramago. Me citaré a mi misma: la vida esta hecha de palabras, saberlas vivir, nos hace capaces de saber contarlas. Vivo, luego escribo, escribo y pongo en orden el fantástico mundo de mi literatura interior. Ya con eso soy abrumador amente feliz y siéndolo, tengo material para escribir.


No hay comentarios:

Publicar un comentario