martes, 22 de junio de 2010

Los cerdos de la familia Saramago.


Sobre los orígenes de las palabras del elefante portugués.

Porque en en fondo yo no lo abandone nunca, aún lo continuo oliendo. (Saramago hablando de su pueblo natal)



El nombre de Saramago fue un error. Un hombre que desde el principio de su historia, estuvo ligado un error de denominación. Quizá radica allí mismo su intensa, tenaz y memorable búsqueda de la raíz de la lucidez de las palabras, de las suyas, de las del mundo, de las que nos nombran. Una lucidez que lo mantuvo con vida a toda costa, parafraseando a algunos teólogos indignados con el hecho de que vivió una larga vida, tan larga y diversa, simple e intensa como para contárnosla y poder hacernos pensar en la que vivimos con la metáfora ausente de los que se van, porque no les dejan ser.

Es un nombre, (es, porque los hombres que han hecho de la coherencia su particular libro de estilo, nunca mueren, muy pesar de L'Osservatore Romano), que estuvo ligado a un “lapsus calami” del notario de su pueblo natal. Algunos dicen que para gastarle una broma a su padre, conocido suyo; otros que porque estaba borracho. La historia del mundo nos regala pequeñas ironías como estas todos los días. Y en este caso más ironía aún sabiendo que el error, dado o no por la borrachera de un notario de aldea, seria el nombre de uno de los escritores más entrañables de la historia de la literatura contemporánea.

José Saramago nació en pueblo Azinhaga, una fregesia lusa, una aldea campesina encallada en las entrañas de la Portugal más auténtica y pobre, lugar donde no vivió mucho, pero que como diría el mismo: nunca abandono. Este pueblo hoy día, de unas 1800 personas, alberga no solo una estatua del escritor que se negaba a la presencia de la misma, sino también un museo dedicado su nombre. El premio nobel en una de las ultimas visitas a su pueblo natal, enseñaba la ultima adquisición del humilde museo: La cama de hierro pintado que fuera de sus abuelos. Sus abuelos, campesinos portugueses, analfabetos labradores de la tierra como los que por siglos han construido las bases de la historia de este continente y fueron el gen, germen o raíz de las palabras de este escritor que ha hecho de la convicción humana un credo.
El escritor explicaba delante de la cama humilde de los que fueron sus antepasados, sus abuelos que en esa misma cama, dormía el matrimonio acompañados por los lechones de la familia, para que estos no murieran de frío en los crudelísimos inviernos de pueblo rural.

Los cerdos de la familia Saramago, única propiedad de una familia que más tarde que temprano daría al mundo el ojo critico más lucido y menos ciego de los muchos que la añeja Europa ha dado al mundo. Recordarlos, a la familia de Saramago, a sus cerdos cobijados en las viejas mantas de una familia campesina es retornar a entender que el antes y el después convergen a la hora de definir a alguien, y este alguien que ha hecho el camino de los pocos sabios que en mundo han sido, afirma sin culpa cristiana, ni pesimismo delante de la muerte, que lo volvería a vivir todo. De nuevo todo con la misma lucidez y siempre desprovisto de toda ambición, como afirmaría con voz cansada y paso breve antes de emprender el viaje. Quizás, y solo quizás el comprender de donde venimos, nos lleve a saber que el camino que hacemos, es la meta de nuestra huella.

2 comentarios:

  1. Yo leí "Ensayo sobre la ceguera" porque vos me recomendaste.. ahi me enamoré de Saramago.

    Gracias Pato.

    Gracias Saramago.

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  2. Sandra la historiadora29 de septiembre de 2010, 11:53

    Gracias Pato!!! Me encantó evocar a Saramago a través tuyo. Y hola Ruth!! recuerdo siempre tu avidez lectora y como no...de la mano de "nuestra" profe Pato!!!

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