jueves, 17 de mayo de 2012

L`andana gironina.

Puedo mirar sin ser mirada y este es un ejercicio de autoreflexión exquisito, como pocos. Mirar como una forma de encontrar las divergencias, de descubrir para descubrirse, mirar para aprender a mirarte mejor. Es todo un privilegio y toda una oportunidad. Yo la tengo y a veces, no sé qué hacer con ella. Aquí nadie me conoce y yo no conozco a nadie. Soy anónima. No existo. No soy parte del paisaje y de alguna forma el paisaje no es parte de mi. No estoy acostumbrada a sus colores, a sus formas, a su olor, a su particular forma de dibujar las sombras. Me convierto en una observadora de rincones y atrapo momentos para guardarlos en mi baul de recursos de imágenes. Me siento privilegiada, no solo porque puedo verlos y ellos quizás a mi no, o no de la misma forma; y lo mejor de todo: puedo entenderlos, en su lengua, con sus códigos, con sus todos y giros. Soy una testigo del baile de las rutinas y de los pases de la cotidianeidad. En lo que veo no hay glamour, hay gente esperando el tren de las 7.

 Son las 6:50 la mañana. Salgo de casa hacia la estación. Hay una bruma primaveral, como una especie de polvo blanco que maquilla los colores. La ciudad, la Girona de las 7 de la mañana ya comparte sus formas tímidamente, pudorosa. Es una ciudad gris, de pocos colores, pero no inhumana, más bien próxima, tiene algo de aldea, pero también de pequeña ciudad abierta al mundo. Predomina el gris maquillado por la mañana en las fachadas, en las baldosas de las veredas, en las puertas, un gris metálico, frio, limpio. Hay algunas ventanas con luces encendidas presagiando dias agitados o calmas creativas. Me encuentro con poquisima gente, casi todos siguen el mismo camino que yo. No veo emociones, veo prisas, veo concentración y agilidad. Nadie mira a nadie, pero sospechamos nuestras presencias.

Solo son dos calles las que debo caminar para llegar, no son muchas pero la sensación de frio cala en los huesos. Estamos en primavera, pero muy temprano, aún hay una extraña sensación que nos despabila de la sonmolencia de una noche cada vez más corta. Llego a la estación, me encuentro dos personas en la cola de compra de los billetes. Uno parece un estudiante, lleva una carpeta de la Universidad de Barcelona y una mochilla, el pobre va tan dormido que pienso que será de los que no llegan a Cassa despierto. La segunda persona, un hombre de edad media que lleva un telefono en la mano, de esos telefonos que resultan una presencia constante en la vida de quien los lleva. Podria ser un profesor, podria ser un médico, va de gris, diversos tonos de grises, No está dormido, se acaba de afeitar, huele bien pero el telefono es mucho más importante que todo lo que lo rodea, ocupa toda su atención. Lo mira, lo mira y casi he de tocarle la espalda para hacerle ver que era tu turno para comprar el billete. Compra igual que el estudiante, un billete a Barcelona. Yo también. Tenemos algo en común los tres, tenemos el mismo destino. Ya no me siento tan sola.

 La estación está vacia, pero limpia e iluminada, los pisos brillan, las silla son de nuevo, grises. Hay un leve perfume de café de máquina y a pasteleria que seduce a qualquiera que no haya desayunado en casa. Caigo en la tentación y pido un “tallat per portar i un croissant”. El vendedor, me dice: tres euros con cincuenta, en castellano. Y lo miro, un joven alto, con una barba de dos o tres dias. Me intriga su cansancio, sus ojeras y su forma de estar, pero abro la perspectiva de mi lente y veo que la gran mayoria de las personas que están en la estación tienen la misma forma de andar. Todos están cansados, en silencio, sin mirarse, sin encontrarse, todos muy solos.

Con mi café “tallat” subo a la andana, me despierta el fresco limpio de la altura, la Girona blanca e iluminada como recien estrenada, con la cara lavada me abraza y yo, con ojos abiertos, la veo dibujada. El anuncio de la estación avisa la llegada del tren de cercanias con destino a Barcelona y desde la andana 2 de la estación de Girona que comienza a despertarse, vemos llegar el tren que nos separará de esta burbuja gris. Los tres pasajeros complices de un viaje, subimos. No nos miramos, pero nos presentimos. La andana comienza a quedarse en el pasado.

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